RFEGolf 114 (marzo - mayo 2019) - page 58-59

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Yo también
juego al golf
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C
uando descubrí el juego del golf, yo
ya tenía una edad. Me arrepentí por
no haberlo hecho mucho antes, o
mejor dicho, por negarme a practicarlo. Me
repelía el mero hecho de mezclarme con los
jugadores. ¿Un tipo como yo, de un barrio
obrero? ¿Un tío de Manoteras jugando al
golf? ¡Venga, hombre!
Por aquellos años mozos, servidor se bajaba
de Manoteras a La Moraleja para quitarles las
bolas de beisbol a los americanos destinados
en la base de Torrejón, que las tiraban por
encima de las vallas. Los campos de golf aún
no existían allí, pero ya se estaban producien-
do los movimientos de tierras para construir
el primero de ellos.
Por entonces yo ni sabía que existía un depor-
te llamado así, y aunque lo de la bolita y el
palito no me atrajo, sí que me interesé por
saber cómo era un campo de golf cuando me
dijeron que allí iba a estar uno de los mejores
de España.
Los años setenta, en España y en Madrid, eran
tiempos difíciles para los que no teníamos
posibles. Los padres trabajaban desde el ama-
necer hasta la madrugada y algunos hijos
teníamos todo el tiempo del mundo para
hacer a nuestro gusto sin que nos vigilaran.
Una travesura de juventud
Montado en la bicicleta que me trajo mi padre
de Suiza, y con la excusa de ir a la piscina de los
madrileños junto al río Manzanares, me fui a
descubrir junto a un amigo la urbanización de
Puerta de Hierro y su emblemático campo de
golf. Tan verde. Tan bonito. Tan grande.
Con un impresionante olor a hierba recién
cortada, aunque fuesen las seis de la tarde. Lo
recuerdo como si fuera ayer. Salimos de la
piscina del Parque Sindical, cruzamos la estre-
cha carretera de El Pardo y entramos al
campo de golf saltando la valla, y lo primero
que vimos, justo delante de nosotros, fue a
unos señores vestidos de forma elegante, gol-
peando con el palo con un silencio sepulcral.
Ni los pájaros se atrevían a piar, y por supues-
to mi amigo y yo tampoco. Nuestro primer
viaje al club de golf de Puerta de Hierro, ida y
vuelta, claro, duró tres minutos.
Saltar la valla, subirnos a la bici y pedalear
como si fuéramos Ocaña o Bahamontes fue
todo uno. La carretera de la playa y su cuesta
no fueron obstáculo. No paramos hasta
alcanzar la barriada de casitas bajas de
Valdevivar, junto a Manoteras. No le deseo a
nadie el susto y el miedo que pasé aquella
tarde de principios de verano, no recuerdo
bien cuál. ¿1969? ¿1970? ¿1971?
También tardé en acercarme al golf porque yo
era más de fútbol y de los deportes de contac-
to, los de camiseta y pantalón corto. Por mi
actividad profesional me acerqué a golfistas
profesionales, que siempre se extrañaban de
que no jugase. A todos les decía lo mismo: “Ese
no es un deporte para mí”. ¡Error!
Iñaki Cano,
cuando salté la valla del golf
Quiero darle las
gracias al golf por
los amigos que me
ha entregado, por
haberme enseñado a
respetar la naturaleza,
por haber aprendido
a ser solidario y
tantas cosas más
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