RFEGolf 113 (diciembre 2018 - febrero 2019) - page 66-67

“Sí. Sientes miedo. Se te tensa el estómago y
tienes ganas de orinar”. Situaciones difíciles
en el camino donde el tándem Torres &
Huertas ha funcionado perfectamente. “Él
sabe qué hacer”, dice ella y “Ana –indica
Evaristo– no se asusta, sabe estar. Y en los
momentos complicados aguanta bien la pre-
sión. Es una mujer muy inteligente”.
En la maleta rumbo a todos los destinos posi-
bles mucha lectura, embutidos –los ingre-
dientes para hacer caldero– y poco más,
entre lo que no falta unos palos de golf. El
resto lo pone el mundo. Una naturaleza por la
que navegar y/o andar, gente interesante a
quien conocer y tiempo para disfrutar de sus
amigos los libros, porque ambos son ávidos
lectores.
También tiempo para sentarse a comer (un
momento de reunión siempre importante),
para la incuestionable siesta… y para jugar al
golf en los lugares más insospechados. Sobre
esto último Evaristo Torres me cuestiona
abiertamente, sabiendo que nada tienen
ambos que ver con esa imagen que se pro-
yecta sobre este deporte: “¿Crees que esto
sonará elitista”.
No, le aseguro taxativamente, a pesar de ser
aún consciente de que éste es el falso cliché
que arrastra el golf, a pesar de que hoy en día
sus federados son personas de muy diferente
extracción social o sector profesional.
Así que aún más agradezco a los dos su dis-
posición a hablar con naturalidad de su afi-
ción a este deporte a pesar de que solo por
mencionarlo parecería que se ‘enturbie’ quié-
nes son y lo que han conseguido, además de
abrir su álbum personal de fotos.
Híbrido, madera y un hierro 7
En el camión Evaristo lleva algo más de media
bolsa de palos, pero en el catamarán –de 12
metros de eslora por 7 de manga– se confor-
mó con “un híbrido, una madera y un hierro
7”. Vivir en aproximadamente unos 30 o 40
metros cuadrados flotantes exige llevar solo
lo necesario. Y los palos lo eran.
Además de un montón de bolas que Ana –que
también se defiende en este deporte que
conoció en 2009– siempre se las ha encontra-
do por todas partes. Y a pesar de que en sus
más de 40 países visitados han jugado “en 40 o
50 campos de golf”, quizás los mejores recorri-
dos son los que ellos mismos se han inventado.
Las playas de Marruecos se han convertido en
improvisados ‘fairways’ (calles) de arena sobre
las que hacer volar la bola, al igual que las
amarillas tierras del desierto de Nubio en
Sudán o las mesetas verdes de Mongolia. De
hecho, para Evaristo Torres “toda Mongolia es
un campo de golf”. Con una extensión tres
veces España, el país asiático, plagado de lla-
nuras “llenas de hierba sobre un ondulante
terreno, te invitan a practicar”.
“Allí –afirma Evaristo–, poco o nada saben de
este deporte”. En cambio, en Canadá, “en
cada pueblecito había un recorrido donde
poder jugar”. Recuerdan perfectamente los 9
hoyos de Lillooet Sheep Pasture Golf Course,
algo así como ‘campo de golf donde pastan
las ovejas’. Toda una afirmación, porque efec-
tivamente, cuando llegaron, se dijeron al uní-
sono: “¡Si esto es una granja! (de ovejas)”.
Allí estaban los hoyos, pero también estaban
los establos, los rumiantes y sus ‘impedimen-
tos sueltos’ sobre la hierba. Pagaron unos 10
dólares. Aunque también se han encontrado
precios prohibitivos para su siempre ajustado
y pensado presupuesto.
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En la memoria y en su álbum de fotos tam-
bién su paso por ‘The Livingstone Club’, en
Zambia, fundado en 1908. El campo lleva el
nombre del explorador británico y en la Casa
Club se percibe por completo la influencia
inglesa. En el salón principal “hay una chime-
nea que dudamos que hayan encendido
¡alguna vez!, con la temperaturas que allí se
soportan”, comenta Ana, a quien la estampa
completa, mobiliario incluido, le recordó a la
película ‘Memorias de Africa’.
“Jugamos con elefantes pasando muy cerca”.
Nueve hoyos que les costaron 20 euros al
cambio. En las tierras altas de Zimbabue les
esperaban “montañas muy parecidas a las de
Escocia”. Y en Etiopía, greenes de ceniza
compactada y calles de hierba creciendo a
su antojo, muy propio, dicen, de los campos
africanos.
De aquella parte del planeta recuerdan haber
estado asentados cerca de una aldea.
“Cuando nos pusimos a tirar bolas, los más
jóvenes se acercaron a observarnos”, relata
Evaristo Torres. “Ellos llevaban en la mano una
onda (...), pero les sorprendía que con un
palo se pudieran alcanzar distancias de 170
metros. Iban corriendo a recoger la bola y a
aquel que la trajera le dejábamos probar. En
poco tiempo consiguieron dominar el palo –
y en tono divertido Torres concluye–; yo no
hice lo propio con su onda”.
Ana lo corrobora. De Asia no guardan un
buen recuerdo. «Sí. Aquel servilismo”. Ana
Huertas se explica. “En el campo de golf lle-
vabas ‘caddie’ obligatorio, hasta ahí, vale –
apostilla–, pero en el campo de prácticas
tenías una mujer que se postraba de rodillas
para ponerte a tus pies cada bola que golpea-
bas. No me gustó”. A Evaristo, tampoco.
Muy bien recibidos
Pocos son los episodios en los que estos dos
cartageneros se hayan sentido mal, incó-
modos o no bien tratados. Nunca han teni-
do que usar la escopeta recortada que lle-
van, “y donde nos hemos presentado siem-
pre hemos sido bien acogidos. Hay quien
tiene más curiosidad al verte y otros no
tanto”, pero Evaristo afirma rotundamente
que “cuando dices que eres español, te tra-
tan bien”.
Su casa en Murcia es un reflejo de su vida. La
vivienda que ocupan en el complejo de Mar
Menor Golf Resort (Torre Pacheco) y que les
proporciona la seguridad que necesitan al
pasar largos periodos de tiempo fuera, es
sencilla. Una amplia mesa, unas sillas, una
cómoda y un sofá.
Este junio Evaristo y Ana no podrán ojear el
artículo impreso en papel, porque están en su
‘otra casa’. Probablemente en alguno de los
Parques Nacionales de Colorado (EEUU). En su
otra vida. En la que les brinda la Tierra.
Salieron el pasado 23 de abril, a las 5 de la
mañana hacia Canadá (donde su camión les
esperaba) para comenzar su periplo por
Estados Unidos, México, Guatemala, Hondu-
ras, Belice, Costa Rica y Panamá. Y ya tienen
previsto el siguiente viaje que abordar en
2019, “que será la Patagonia”.
Aunque siempre vuelven. “Los amigos nos
preguntan en qué país nos quedaríamos a
vivir nosotros que conocemos tantos, y siem-
pre respondemos: España”. Es lo bueno de
contar con dos hermosas vidas.
Por María Jesús Peñas
La Verdad Multimedia
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Reportaje
“Toda Mongolia es un campo de golf. Con una
extensión tres veces España, el país asiático,
plagado de llanuras llenas de hierba sobre un
ondulante terreno, te invitan a practicar”
Etiopía
Marruecos
Kiguistanines
Etiopía
Zambia
Mongolia
1...,46-47,48-49,50-51,52-53,54-55,56-57,58-59,60-61,62-63,64-65 68-69,70-71,72-73,74-75,76-77,78-79,80-81,82-83,84-85,86-87,...100
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