rfeg
olf 67
mejan sus comienzos. Enrique Brey es un gol-
fista tremendamente singular por dos moti-
vos: porque a sus 90 años recién cumplidos
sigue jugando con elevada frecuencia al golf
y porque se inició a los 64 años.
Natural de Valverde del Camino, en la provincia
de Huelva, no tocó un palo hasta cumplidas seis
décadas, cuando todavía ejercía sus labores
profesionales en el campo de los seguros. El
deporte había sido parte importante de su
vida, pero nunca había pisado un campo de
golf. Fue a través de un amigo suyo, ingeniero
de caminos, como se produjo el primer contac-
to entre Enrique y el green. “¡Y mira que yo era
de esos que me reía del golf!”, recuerda.
Fue al campo de Bellavista para hacer de cad-
die a su amigo, y su vida dio un cambio. Sintió
la llamada de los hierros, del olor a hierba
recién cortada, del golf. Al día siguiente vol-
vió al campo, pero no para hacer de caddie,
sino para dar clases con un profesor, Miguel,
que le enseñó las nociones más básicas.
Enrique tuvo que volver a Madrid por cuestio-
nes laborables, pero pronto se buscó un pro-
fesor y comenzó a jugar en Jarama-RACE, que
pasó a ser su campo rápidamente.
Seguramente no pensaba entonces que el
golf le acompañaría durante tanto tiempo.
“Fui dejando de jugar al tenis, que era el
deporte que más practicaba, porque el des-
gaste era demasiado, pero encontré el golf,
que ha sido una parte muy importante de mi
vida en estos años”, explica.
Cumpliendo hándicap…
cuando se puede
Enrique Brey juega al golf un par de veces al día
en los meses de verano. El resto del año le
cuesta más porque se tiene que desplazar a
unos 140 kilómetros de Azuaga, localidad
pacense en la que reside. “Cuando voy a Sevilla
a ver a mi hija intento jugar”, pero es en verano
cuando realmente puedo disfrutar del golf.
Cuando juega hace nueve hoyos, más que
suficiente para disfrutar de la compañía de
los amigos que ha hecho en Bellavista. “Es
que allí lo paso muy bien, organizamos nues-
tras ‘pool’, cenamos después con las mujeres
y el último día organizamos una entrega de
premios. Es una gozada”, explica Enrique,
que admite que lo que más le gusta del golf
es el hecho de pasar tiempo con los amigos.
“En mi familia soy el único golfista activo. He
tenido primos a los que he enganchado en
esto del golf, pero no siguen jugando. ¡Se
puede decir que fui pionero en mi familia!”,
comenta Enrique con disimulado orgullo.
No le preocupa en absoluto su hándicap 36,
lo que le trae por el camino de la amargura es
no cumplir a veces. “Hay día que cumplo y
días que no. Tengo especial dificultad con
distancias de más de 120 metros. Ahí sufro
porque no soy capaz de girar el cuerpo tanto
como hacía antes, y tampoco puedo llevar los
brazos tan atrás. Y claro, el swing se resiente
bastante”, comenta.
“Es curioso que cuando juego después de un
mes sin tocar un palo lo hago bastante mejor
que cuando juego días tras día… pero me da
igual, al fin y al cabo lo que persigo en el golf
es divertirme”, cuenta un expresivo Enrique.
Admite que ver golf profesional por la televisión
le puede llegar a aburrir, y que es jugar con
amigos lo que le mantiene atado a este depor-
te. “Llegará el día en el que tenga que dejar de
jugar, pero no quiero ni pensarlo. ¡El golf hace
mucho por mí!”, exclama con la misma ilusión
que un veinteañero de hándicap 5.
✓
66
rfeg
olf
E
l golf es uno de los deportes más
peculiares y especiales que existen, ya
que muy pocos de ellos se pueden
practicar a cierto nivel pasada una edad que,
en otras disciplinas, significaría ya, simple-
mente, unos cuantos años después del retiro.
Ahí está Miguel Ángel Jiménez, con los 50
cumplidos y manteniéndose como uno de los
mejores del mundo.
Por si fuera poco, el hecho de que en una
misma partida puedan coincidir varias gene-
raciones de la misma familia hace del golf un
deporte casi único. Una maravilla, pensarán
aquellos que tienen la suerte de jugar con sus
hijos y nietos. Es muy frecuente ver en los
campos este tipo de partidas, pero no lo es
tanto ver golfistas con las nueve décadas ya
superadas disfrutando del juego.
Por eso, los ejemplos de Antonio Martín de
Santiago-Concha y Enrique Brey son particu-
larmente llamativos. Y agradables. Porque
demuestran que se pueden cumplir años sin
perder en ningún momento la ilusión.
Hay golfistas tremendamente competitivos, y
hay otros que buscan en el golf una vertiente
diferente, mucho más allá del resultado en sí.
Estos últimos son los que valoran el hecho de
ver a los amigos en el club y recorrer unos
kilómetros por el campo por encima de dar
un golpe más o uno menos. Son los que dis-
frutan del camino. En este grupo se encuen-
tran Antonio y Enrique, dos ejemplos de
cómo encarar el deporte y la vida.
Una historia de amor (al golf)
Más allá de su mujer, sus dos hijos, sus siete
nietos y sus 15 biznietos, Antonio Martín
encuentra en el golf una de las cosas que más
alegrías le ha dado en esta vida. A sus 95 años
todavía sigue tirando bolas de tarde en tarde,
aunque ha ido renunciando a jugar al golf con
asiduidad, como ha hecho desde que a los
seis años su padre le llevase por primera vez
a un campo de golf.
Con motivo de la concesión de la Medalla de
Oro por parte de la Federación de Golf de
Madrid, Antonio –número 3 en el orden de la
RFEG de federados con la licencia más baja,
en concreto la 236, la más antigua en vigor
de la Comunidad de Madrid– rememora todo
aquello que le ha dado el golf.
“Empecé a jugar en la Playa de Hendaya. Fue mi
padre quien por primera vez puso un palo en
mis manos, que yo cogía mal e intentaba dar a
la bola como buenamente podía con las manos
cambiadas, lo cual era imposible. Aunque
desde el principio me gustó, no me lo tomé en
serio hasta los 25 años, cuando ya estaba en la
Escuela del Alto Estado Mayor y procuraba
escaparme rápido por las tardes aunque sólo
fuese para hacer cuatro hoyos. El golf es un
deporte maravilloso que puedes practicar toda
la vida y con quien quieras, para eso está el hán-
dicap”, indica.
Pasado los años, lo que más ha motivado a
Antonio es la posibilidad de poder compartir
unos hoyos y buenos momentos con amigos,
los de siempre y los que ha ido haciendo en
la casa club.
“Hace algunos años que un grupo de amigos
fundamos la Asamblea GAGA (Golf, Alegría,
Gastronomía y Amistad) con el fin de reunir-
nos a practicar nuestro deporte favorito y dis-
frutar de una buena comida. Siendo todos
mayores y teniendo los achaques propios de
la edad, y algunos estando viudos, debo reco-
nocer que estas reuniones han significado
para muchos volver a ver la vida de otra
manera. Cuando te haces mayor es muy
importante no encerrarte y renunciar a la
vida, debes seguir manteniendo la ilusión por
algo, y la nuestra es el golf”, cuenta.
Además de jugar, en todos estos años
Antonio, que exhibe en su currículo 47 años
de carrera militar, ha tenido la posibilidad de
ver de cerca a algunos de los jugadores más
relevantes del mundo. “He conocido a
muchos y muy buenos jugadores, como
Marcelino Morcillo, los hermanos Ángel y
Sebastián Miguel o mi profesor Carlos Celles,
y he visto competir a Arnold Palmer, Gary
Player y Jack Nicklaus cuando vinieron a
España a disputar la Copa del Mundo.
Pero el que más me impresionaba de todos
era Sam Snead, me encantaba verle jugar por
su amplia variedad de golpes. También vi a
Tiger Woods las dos veces que jugó en
Valderrama y en muchas ocasiones a
Severiano Ballesteros, que pegaba los golpes
más difíciles con la mayor facilidad”, comenta
con interés Antonio.
Enrique Brey o
cómo iniciarse con 64 años
El caso de Enrique Brey guarda similitudes y
diferencias con el de Antonio. Por un lado, tie-
nen en común la pasión por el golf y la visión
lúdica del deporte. Por otro, en nada se ase-
Golfistas
singulares
Golf
más allá de los 90
Antonio Martín de Santiago-Concha es el federado con el tercer número
de licencia más antiguo y, a sus 95 años, sigue jugando al golf
Nota: Si eres un golfista singular o conoces alguna historia reseñable, envíanos un email a
asunto: Attn: Departamento Comunicación / Golfistas singulares