E
n los últimos meses se han esta-
blecido interesantes debates
relacionados con la actualidad
del golf en España, sobre lo que somos y,
más aún, sobre lo que podemos o quere-
mos ser. Se han presentado, acompa-
ñándolos como refuerzo, exhaustivos
informes que detallan perfiles de golfis-
ta, hábitos de juego y todo tipo de varia-
bles plasmadas en numerosos gráficos y estadísticas.
Tanto los debates como los estudios han ido un paso más allá, identifi-
cando las razones por las que un porcentaje significativo de la pobla-
ción golfística española ha abandonado la práctica de este deporte, en
concreto un veinte por ciento en un periodo que abarca seis años, los
que van desde 2010 a 2016, lo que anualizado supone un 3.3%, un
registro en muchos casos inferior al sufrido por otros sectores en nues-
tro país en esa misma franja temporal.
La falta de tiempo, el manido concepto de deporte elitista, aburrido y
para ricos o las barreras de entrada –entre las que se encuentra de forma
notable la dificultad de aprendizaje– son las respuestas más habituales de
quienes no practican el golf y que se encuentran lejos de practicarlo.
Razonamientos y clichés
Resulta curioso cómo esos mismos razonamientos y esos mismos cli-
chés eran ya expuestos en la década de los setenta y ochenta, años en
los que el número de federados eran unos 4.300 –dato correspondien-
te a 1970– y 17.400 –en el año 1980–, cifras que ponen de manifiesto
situaciones radicalmente distintas a las actuales –con cerca de 270.000
federados– para un mismo análisis y conclusión.
Es cierto que históricamente, hasta el año 2010, el golf español había exhi-
bido siempre crecimiento en el número de federados, una dinámica que
afortunadamente lo fortaleció para afrontar en mejores condiciones una
crisis económica sin precedentes que todavía atenaza a todos los ámbitos
de la sociedad española, europea y, en la práctica, mundial.
Por si fuera poco, esa misma crisis, tan profunda, ha traído consigo
cambios sociales y de comportamiento que, en lo que se refiere al
deporte, ha beneficiado a aquellas actividades que, como el running –
por poner un ejemplo significativo–, precisan de muy poca inversión
para su desarrollo.
En este contexto tan convulso, sería sin embargo injusto argumentar
que el conjunto del golf español no ha hecho o no hace nada para miti-
gar en lo posible una situación que en muchos aspectos excede a su
propia dimensión.
Acciones y estrategias para mitigar la crisis
Por ejemplo, la política comercial de los clubes de golf y la forma de
enfocar la promoción de este deporte por parte de las Federaciones
Autonómicas ha variado sustancialmente en los últimos seis años para
adaptarse a los nuevos tiempos y acometer una situación desconocida
y de una enorme envergadura.
Los efectos, a pesar de las tremendas dificultades y de que muchas cuen-
tas de resultados han sido negativas, han sido evidentes, minimizando las
consecuencias perversas de un cambio de ciclo que afortunadamente
varios indicadores anuncian que tiene un final más próximo.
De hecho, para solventar los problemas actuales, los informes publica-
dos coinciden en la necesidad de realizar campañas de marketing de
promoción para dar a conocer al golf; ofrecer formatos más cortos
mediante venta de green-fees de 6 ó 9 hoyos; crear ofertas y descuen-
tos enfocados a los más jóvenes; promoverlo como una actividad
deportiva divertida, relajante y estimulante.
Hacerlo, en definitiva, más asequible, precisamente lo que el conjunto
del golf español –clubes, Federaciones Autonómicas y demás integran-
tes de la industria del golf– está intentando desarrollar desde que en
2010 el tsunami financiero diese la vuelta a nuestra sociedad.
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