RFEGolf137 (diciembre 2024 - febrero 2025)

Historias de la historia del golf español La difusión del golf en nuestro país ha sido una constante de la Federación Española desde sus orígenes. No ha cesado en su empeño por sacarlo del encasillamiento clásico que definen el golf como un deporte para unos pocos necesariamente bien dotados de medios económicos y, al tiempo, normalmente bien dotados de años. Ya en los años 60 del siglo pasado se luchaba desde el organismo federativo por eliminar estos tópicos que tantos prejuicios engloban. Y se señalaba que vale la pena divulgar un deporte de los más generosos con el organismo humano, de los más templados, de los más sanos. El contacto con la naturaleza (bastante peinada y regada, se escribía entonces), la caminata de cada hoyo tan inadvertida como benéfica; la competición por vías un tanto indirectas, ya que no hay choque humano, proporciona uno de los pasatiempos de orden físico y psíquico más mesurados. Se iba a celebrar un campeo- nato de periodistas y los informadores hacían examen de conciencia afirmando que no hay motivo para que en España el golf no llegue a una cierta masa de practicantes de condición media, incluso popular. Una solución: los campos municipales Hay una acusada tendencia a promover la que parece más pronta y feliz solución: los campos de golf municipales. Es cierto que en las Islas Británicas, unos de los países golfísticos por ex- celencia, las posibilidades de practicar el golf están en razón directa de los terrenos que de una manera casi natural se ofrecen a montones. La insistente lluvia de gran parte del año se ocupa de fomentar el crecimiento de la hierba y poco más arreglo se necesita para que cualquier persona comience a utilizar un nuevo campo de golf. Dentro de las ciudades, una pequeña zona verde sirve perfectamente de campo de golf en el que disfrutan los estudiantes al salir de clase, con una caseta en el tee del 1 donde se entregan y se devuelven los palos al- quilados. Golf a pequeña escala, pero se han divertido, han hecho deporte, se han entrenado y ya llegará el fin de semana para acudir a los grandes campos de las afueras. Aquí, en España, las posibilidades de hacer algo parecido son evidentes en nuestros grandes parques, con escasa inversión en construcción, ya que con una casetita como las británicas sobra. Y si los jugadores se traen los palos, ni eso. Lo que ocurre es que a nuestro golf le falta di- fusión y le falta práctica masiva, cosas, una y otra, que pueden alcanzarse con un plantea- miento inteligente y sin abultados presupuestos. Si en Estados Unidos los jugadores se cuentan por millones, bien pudiéramos contarlos aquí por millares en plazo breve. Es acertado el in- tento de que los municipios se interesen en esta política de expansión de un deporte que sólo beneficios proporciona en el orden físico; que puede defenderse en el económico sin grandes dispendios y que, lejos de alterar el paisaje recortando su verdor, contribuye pre- cisamente a que aumente, con el cuidado de unas praderillas, que serán nuevas galas de nuestros magníficos parques. 3 (Extracto del artículo publicado en el Diario YA el 16 de diciembre de 1962, firmado por Miguel García Baro). rfeg olf 71 70 rfeg olf Era la primera vez que Piaget daba su nombre al Open de Bélgica y, ciertamente, su estreno no pudo ser más glorioso en cuanto a la partici- pación, entre la que no faltaba ninguno de los grandes nombres del momento. A los ganadores de “majors” (Seve, Langer, Lyle, Faldo y Woosnam, todos ellos coronados en Augusta), se les sumaban otros grandes campeones como Els, Montgomerie, Singh… Para hacerlo más corto, únicamente faltaba José María Olazábal entre los mejores jugadores del Circuito Europeo. Miguel Angel Jiménez no había ganado nunca en el denominado entonces Volvo Tour (lo había hecho en Lyon, en el Circuito Satélite, y en el Benson & Hedges Mixto, con Xonia Wüsnch) y cuando enfrentó la final igualado con Nick Faldo, ganador dos meses antes del Open Británico (el tercero de su historial) y máximo favorito desde que comenzara el tor- neo, no había muchos que creyesen en una victoria del español. Uno de ellos era Severiano Ballesteros, que poco antes de iniciarse la final se acercó al malagueño y le comentó: “Ni le mires, que le ganas”. Faldo había sumado tres tarjetas machacona- mente por debajo de 70 que le permitía igualar en el primer puesto después de la segunda y tercera vuelta, pero se encontró con un Jiménez que había roto los estándares el tercer día, con un 64 (siete bajo par) que le permitió igualar en cabeza y llevarse un premio especial de 14.000 libras esterlinas que ofrecía Johnnie Walker al récord del campo. Detrás estaban Ballesteros, Lyle y Woosnam a una distancia prudencial y el más cercano era Barry Lane, a dos golpes de la cabeza del torneo. Jiménez soñaba con la victoria, claro, y ganar en esta ocasión era especial, porque sería la primera en Europa y por el indudable peso de sus rivales. Pasó mala noche porque estaba muy nervioso y así seguía al comenzar la jornada final, hasta que se cuestionó a sí mismo: “Mira: sólo hay dos maneras de jugar, nervioso o tranquilo. De ti depende elegir. De modo que salí a jugar tranquilo, pensando en hacer sólo mi juego, sin preocuparme de lo que hiciera él”. Pero ¿qué se podía hacer frente a un pletórico Nick Faldo que después del hoyo 7 de la final li- deraba la prueba con tres golpes de ventaja? Miguel Ángel Jiménez, fiel a su filosofía, seguía jugando bien, cogiendo calles y greenes, pen- sando que todavía tenía alguna posibilidad de ganar. Y sucedió… El inglés, número uno del ranking mundial, sacó su lado más humano y abrió la puerta a sus rivales, perdiendo seis golpes en los once últimos hoyos que le lle- varon a firmar 74 golpes que le harían terminar compartiendo la quinta posición. ¿Entonces? Miguel Ángel Jiménez se rebeló contra quienes no le daban ninguna opción de victoria contra el gigante, valorando sólo su pasado como caddie y sus cuatro visitas a la Escuela para conseguir la tarjeta del Tour, sin tener en cuenta la calidad de su juego y el indomable espíritu de su persona. Aprovechando la oportunidad que ofrecía los errores de Faldo (bogey en el 8, consecutivos en el 12 y 13, luego en el 15, 16 y 18), Miguel Ángel Jiménez hizo birdie en el 9 y en el 12, donde se puso líder por primera vez. Jiménez ganó con 274 golpes, diez bajo par, con tres de ventaja sobre Barry Lane (que su- maba su duodécimo top-10 del año), cuatro sobre Seve Ballesteros y el alemán Giedeón (que firmó un fantástico 65 en la final y se aseguró la tarjeta del Tour para la temporada siguiente) y cinco sobre Faldo, Lyle, Woosnam y Per-Ulrik Johansson, consiguiendo su primera gran jornada de éxito en el Circuito Europeo. No había sido fácil el camino desde que co- menzara su andadura en Torrequebrada so- ñando con ser profesional, pero trece años después el éxito le había sonreído, saltándose una nueva etapa en su carrera profesional: “He aprendido a ganar y eso significa que, en el futuro, cuando me encuentre en una situa- ción de volver a hacerlo, estaré mejor prepa- rado”. Su palmarés desde entonces habla de esta realidad, que todavía mantiene en el Cir- cuito Senior Americano. 3 Los campos municipales harían popular el golf Miguel Ángel Jiménez logró una vistoria de prestigio Ya en los años 60 del siglo pasado se luchaba desde el organismo federativo por eliminar estos tópicos que tantos prejuicios engloban y señalar que valía la pena divulgar un deporte de los más generosos con el organismo humano

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